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#FuerzaMéxico: Ver, no olvidar y exigir

Por: Mujer de 10 30 de Enero
#FuerzaMéxico: Ver, no olvidar y exigir
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El terremoto nos hizo levantar el vuelo en la ayuda de quienes lo necesitaban. Pasada la urgencia, ¿seguiremos siendo águilas o, como el avestruz, esconderemos la cabeza para no ver?

«No es posible permitir que las matanzas, los asesinatos, los fraudes y las estafas sean mezclados con los escombros del terremoto y arrojados, para desaparecer como tanta gente, bajo la alfombra de una unidad que arriba les importa poco».

Por Témoris Grecko*

En una de sus mejores portadas, el semanario Proceso sintetiza el carácter de la respuesta ciudadana al temblor: una joven de menos de 30 años con gafas, casco de obrero, tapabocas y chaleco, mirando con seguridad al frente y levantando el puño izquierdo para pedir silencio en un derrumbe, sobre un fondo desenfocado de rescatistas. La Ciudad de México fue tomada por gente que se podía ver bien representada en ella, aunque tuviera otra edad, otro género, otro oficio, otra identidad sexual: el liderazgo a través del esfuerzo nos unió a todos, abriendo, como indica el titular de la revista, «la opción de renacer».

Nos está encantando vernos en ese icono, sentirnos en él, actuar desde él: así queremos que sea nuestra metrópolis, la que se propone sembrar luces en el cielo emborrascado de la nación, la orgullosa por sus resistencias ejemplares: lo mismo ante el berrinche encabritado del México decimonónico, que ante la patada devastadora de la Mesoamérica fieramente tectónica.

Es una ciudadanía insatisfecha y frustrada por autoridades que la desmerecen; que al ir pasando lo más agudo de la emergencia señala que sus gobernantes tuvieron 32 años para prepararse y que las cosas no se hicieron. Que pregunta airada por qué no se hicieron, que pide procesos y sanciones porque no se hicieron… Tan enamorada de sí misma que no voltea a ver que, durante ese mismo periodo, ella no vigiló, no exigió, tampoco hizo.

Esta analogía es el cliché obvio para el caso: después de las sacudidas de 1985, el avestruz se rehusó a prever seriamente el futuro y escondió la cabeza bajo tierra durante poco más de tres décadas, hasta que vino el siguiente cataclismo. Es una imagen, sin embargo, que se amplía: ésta es también un ave temible que, cuando la atacan, responde con picones, violentas patadas y tenaces persecuciones, como en 1985 y 2017; pero sólo hasta ahí nos sirve la metáfora, porque el avestruz es incapaz de volar y el peligro es que, después de los severos golpes de este amargo septiembre, volvamos a irnos durmiendo hasta esconder de nuevo el pequeño cráneo, y que la siguiente tragedia nos agarre así, con la plumífera cola al aire, desprevenida.

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Fotos: David Franco

Una trágica ficción

El 7 de septiembre, un terremoto de magnitud 8.2 —mayor que el de 1985, de 8.1— provocó temor y ansiedad pero, según Miguel Ángel Mancera, «se demostró que las exigencias a la construcción» permitieron que los edificios resistieran; además, «los altavoces [de la alerta sísmica] nos dan una ventaja operativa muy importante». La gente se convenció de que estaba segura.

Se dejó de lado que el fenómeno había ocurrido tan lejos que había llegado al Altiplano Central con una intensidad menor, y sólo tuvieron que pasar 12 días para que la ficción se derrumbara con el estruendo de medio centenar de construcciones por un sismo más cercano, pero de magnitud 7.2.

Un estudio realizado en 2010, por expertos universitarios y de la iniciativa privada, titulado «Evaluación de estructuras de concreto de la Ciudad de México», descubrió que el 75% de un millar de edificaciones revisadas fue dirigido por personal inexperto; que la ley permitía relevar de responsabilidad a las empresas inmobiliarias y constructoras para descargarla en los directores responsables de obra (DRO) y los corresponsables de seguridad estructural (C/SE), y que éstos, a su vez, son profesionistas de bajo perfil, con sueldos menores, que no tienen ni se les exige contar con seguro de responsabilidad civil, por lo que, en los hechos, son jurídica y económicamente incapaces de enfrentar su responsabilidad en casos de daños por sismo.

Y no los llaman a cuentas. Un ejemplo: Francisco Arturo Pérez Rodríguez, el C/SE que certificó las obras en el Colegio Rébsamen, continúa en funciones y está revisando escuelas para certificar que pueden reanudar operaciones, según reportó Animal Político.

Ni siquiera existen ya los instrumentos vitales que Alejandro Encinas, al concluir su miniperiodo de un año como jefe de gobierno en diciembre en 2006, elaboró para desarrollar un plan de contingencia que le entregó a su sucesor, Marcelo Ebrard. Éstos son un Protocolo de Actuación que especificaba las tareas de cada dependencia y funcionario en caso de terremoto y un Servicio Geológico Metropolitano, además de un Atlas de Riesgo de la Ciudad, que se mantenía en total secreto a pesar de que debía ser público. Sólo la presión de la opinión pública forzó a Mancera a darlo a conocer, apenas el 6 de octubre de este año. Tres días antes, todavía se daban justificaciones: no se podía publicar «por seguridad», declaró el senador priísta Emilio Gamboa.

Al 8 de octubre, 19 días después del terremoto del 19S, las autoridades en sus distintos niveles todavía no pueden ofrecer datos precisos del número de inmuebles que deberán ser demolidos; no hay claridad en los apoyos económicos que podrán recibir las víctimas; no se han brindado pistas —por lo menos pistas de cómo se podrá lidiar con los DRO y los C/SE que certificaron las construcciones afectadas, y menos con las constructoras e inmobiliarias involucradas.

Peor aún: el gobierno no ha sido capaz de precisar dónde falleció cada una de las víctimas de ese temblor. Animal Político pidió ayuda para ubicar las 228 fatalidades de la Ciudad de México, pues encontró casos anómalos, como los de dos personas que presuntamente murieron en la tienda El Palacio de Hierro de la calle Durango 230, pero cuyos cuerpos fueron retirados de inmediato y aparecieron después sin datos de su origen, liberando a la empresa de responsabilidad y mala imagen.

Política de la tragedia

El desastre creó pistas para la carrera por la rentabilidad política. Ni uno solo de los partidos que han gobernado la Ciudad de México (PRI, PRD) o sus delegaciones después de 1985 (PRI, PRD, PAN y Morena) asumió posibles faltas cometidas por los funcionarios que nombró. Algunos de ellos, en cambio, sí actuaron prestamente para denunciar a personajes de agrupaciones rivales.

De manera espectacular, se dio el caso del montaje de la búsqueda de la inexistente niña Frida Sofía en la derruida Escuela Rébsamen, que fue convertido por noticieros Televisa en una pasarela con exposición mundial, por la que circularon el presidente de la República —cuya popularidad en los sondeos ha bajado a niveles inéditos— y dos de los principales aspirantes a sucederlo, los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y de Educación, Aurelio Nuño.

«Precisar que «casi todos fallamos» es clave: sí hubo quienes realizaron algunas investigaciones, denuncias y propuestas, pero lo ignoramos».

Esto marcó un fuerte contraste con los ciudadanos que se desplazaron masivamente a mover escombros, salvar heridos, transportar muertos, albergar damnificados y decenas de actividades más, en la capital y en otras entidades afectadas, como Morelos, Guerrero, Oaxaca, Puebla y Chiapas.

Para muchas personas, la participación era necesaria, un acto de solidaridad y de autoreivindicación. Persistía, de cualquier manera, la rabia, porque eran tareas que le correspondían a un gobierno que tuvo 32 años para prever- las, planearlas, evaluarlas y perfeccionarlas. Al paso de los días, en lugar de relevar de una forma ordenada y cordial a la población civil, sus funcionarios se desesperaron y la confrontaron.

Incidentes como el abucheo al gobernador de Morelos, Graco Ramírez, y la expulsión de Osorio Chong de un derrumbe, reflejaron la profunda desconfianza hacia las autoridades. Algunos rumores —como la entrada de maquinaria en zonas donde podía haber sobrevivientes- parecieron ser confirmados por denuncias documentadas de abusos por parte de las fuerzas de seguridad, de desvíos de donaciones, de ocultamiento de cadáveres, de funcionarios cuyas malas decisiones probablemente impidieron salvar vidas.

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Autocrítica necesaria

Si las autoridades fallaron en legislar, planificar, aplicar y actuar, la ciudadanía lo hizo en vigilar, investigar, exigir y proponer. Aquí vamos casi todos, porque en las condiciones de nuestra ciudad y nuestro país, era tarea colectiva asegurarnos de que vamos a sobrevivir: de periodistas, ingenieros, contadores, profesores, abogados, de jefes de juntas de vecinos, etcétera: debimos soltar mil gritos de alarma, aportar datos, lanzar ideas y demandar eficacia a congresos y gobiernos.

«La reconstrucción verdadera sólo puede llegar si existe una conversación entre asociaciones de colonos y autoridades. Es importante evitar parchar lo que está mal».

Ni siquiera quienes mejor podían saber de esto —las organizaciones de personas damnificadas que surgieron en 1985 y ganaron gran poder— hicieron de la seguridad sísmica el asunto número uno de su agenda. Entre los terremotos de 1957 y 1985 pasaron 28 años. Ahora, fueron 32. Esto representa poco a nivel científico pero mucho en el plano emocional: sabíamos que algo iba a pasar. Advirtieron, como siguen advirtiendo, que hay presiones gigantescas en las placas tectónicas del Pacífico que hacen muy probable que algo peor venga. Como avestruces, nos negamos a verlo.

Aquí, la tierra se sacude, los cerros se desgajan, los edificios se nos vienen encima, pero siempre usamos los términos «sismo» o «temblor». No queremos saber que son terremotos.

Águila rescatista

No sólo no vigilamos, investigamos ni exigimos. No nos organizamos, y eso puede ser lo peor de todo. Denunciamos con verdad que el gobierno no se preparó. ¿Y nosotros? Salimos muy buenos para improvisar. Todo lo hicimos desde cero. Admirable. Pero tardío e insuficiente.

No llegamos a tiempo al que estaba desesperado bajo los escombros porque no sabíamos por dónde ir, porque no contábamos con el equipo necesario o no había quién lo supiera operar, porque éramos demasiados aquí y pocos allá, porque todos discutíamos nuestras grandes ocurrencias, porque había que resistir a los granaderos que enviaron a golpear. Demoramos en enviar la ayuda porque nunca nadie elaboró programas de respuesta inmediata, acumulamos miles de latas de leche en polvo en donde sólo había tres infantes y mandamos cientos de paquetes de galletas a donde necesitaban agua.

Lo primero que me pregunté fue cómo es que el gobierno no formó, durante estas décadas, brigadas de defensa civil para enfrentar los desastres. Obvio, la solución no es darle más poder, no sólo por incapaz, sino por abusador: los desplantes del presidente, del jefe de gobierno de la Ciudad de México, de gobernadores como Graco Ramírez, ponen en evidencia a un Estado mexicano enfebrecido de caprichos y celos, que deja vacíos pero se molesta cuando la gente los llena, que quiere recuperarlos por la fuerza, que ni picha, ni cacha ni deja batear.

«Parece que ahora hay más conciencia de que somos un solo país y corresponsables ante lo que sufrimos. No perdamos esto que hemos ganado, ¡no olvidemos!». 

Tenemos que batear, pero está difícil si nunca aprendimos a jugar béisbol, si nos ponemos la gorra y agarramos el bat cuando ya viene la bola. La tarea de formar o mantener estas brigadas, como las muchas que surgieron a partir del terremoto, es de todos nosotros.

Hace falta establecer mecanismos de vinculación nacional, algo que la tecnología facilita. Este artículo toma como ejemplo la Ciudad de México, pero en el resto del país azotan distintos tipos de amenazas naturales.

Simpaticemos o no con la ocupación palestina, el estado israelí es un ejemplo de resistencia en un entorno muy adverso, porque toda la población está entrenada y alerta. Nuestro servicio militar tendría que ser de protección civil y todos tendríamos que tomar cursos de actualización y refuerzo cada cierto tiempo. No sólo vienen más terremotos (¡y de verdad vienen más!), también erupciones volcánicas, huracanes de mayor intensidad e intensas sequías en regiones extensas. La Tierra está indignada por el mal que le hemos hecho.

Debemos, además, recordar que la vulnerabilidad de la población, la falta de recursos, la mala respuesta de las autoridades, tienen orígenes humanos: la impunidad, la corrupción, el desdén, la violencia desatada, los grandes crímenes que, como el de Ayotzinapa, no sólo no son investigados, sino que son encubiertos por el gobierno.

El 26 de septiembre, cuando se cumplieron tres años desde que elementos de corporaciones locales, estatales y federales desaparecieron a 43 jóvenes, se pidió silencio, que no se tratara el asunto porque era «momento de la unidad». ¿De la unidad con quién? ¿Con quienes no cumplieron con sus obligaciones, con quienes están tratando de imponerse sobre la sociedad que se levantó unida y que hoy, sobre las ruinas, montan espectáculos para promoverse en lo político?

No podemos seguir siendo la ciudadanía que esconde la cabeza y sólo la saca, aunque sea con bravura, para picotear y patear cuando la desgracia la alcanzó, para después esconderla de nuevo y exponer la cola.

El emblema de México no es un avestruz enorme que no vuela: es un águila esbelta y ágil. Un águila que trabaja duro, que siempre vigila, que desciende veloz cuando hay que actuar y que, para lograrlo, primero decidió desplegar las alas, elevar la mira… y volar.

*Témoris Grecko

Es periodista independiente de crónicas y reportajes, documentalista (Mirar Morir, El ejército en la noche de Iguala), autor (Canás, Francotiradores de la Siria Rebelde, La Ola Verde, Asante, África y El Vocero de Dios y columnista para Aristegui Noticias, Proceso, Newsweek, El Universal, La Nación, El Periódico de Catalunya y El Confidencial).

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