Cada emoción atravesada nos hace más dueñas de nuestra propia historia.
No hay forma de saltarnos el dolor. Ni cualquier otro sentimiento, en realidad. Pero solo aquellos que nos incomodan nos hacen desear que todo se acabara. Quisiéramos evitar la tristeza, la incertidumbre o el miedo, pero la realidad es que no hay forma de hacerlo, así como no te puedes saltar la felicidad de conseguir algo por lo que has trabajado. La vulnerabilidad es parte de la existencia humana, aunque a veces parezca la actividad más compleja e inhumana.
Ahora bien, aceptar nuestros procesos emocionales no significa solo resignarse al dolor, sino atravesarlo con conciencia. Es un acto de valentía, como dice Brené Brown, que nos recuerda que sentir y experimentar cada momento es en sí la vida misma.
La vida actual nos ayuda a huir del malestar de muchas formas, al mismo tiempo que lo alimenta: redes sociales, distracciones, trabajo excesivo, positivismo forzado… pero en esa negación también nos privamos de la oportunidad de probar y examinar prácticamente la virtud y propiedades de esos matices de la vida en carne propia.
Atravesar nuestros sentimientos, experimentarlos, como todo en la vida, es en realidad una gran forma de tomar las riendas de lo poco sobre lo que sí tenemos control: cómo nos sentimos respecto de lo que acontece.
Podemos temerle a nuestras emociones, pero también podemos aprender a sostenerlas, a escucharlas y a darles su espacio sin que nos definan. No hay atajos, pero sí hay un poder inmenso en permitirnos sentir. En la vulnerabilidad existe la prueba más clara de que estamos vivos.
Guía para comenzar a interpretar tus sueños y conocerte mejor