Fue normal, quién no se cansa de tantos reclamos, de tanta desconfianza. Nada me parecía, cualquier cosa que hacías para mí no era suficiente. Nada me satisfacía, […]
Fue normal, quién no se cansa de tantos reclamos, de tanta desconfianza. Nada me parecía, cualquier cosa que hacías para mí no era suficiente. Nada me satisfacía, el sólo hecho de tu respirar me molestaba mientras dormíamos. Fui tan injusta tantas veces.
Se me hizo costumbre reprochar el hecho de que escondieras tu celular cuando te llegaba cualquier mensaje, el ver tu última conexión a altas horas de la noche y saber que no estabas hablando conmigo. Todo el tiempo desconfié de lo que hacías y lo hacía evidente.
Hice todo porque tus amigos supieran que no eres el hombre más bueno del mundo, te hablé mal, hice comentarios para dejarte en ridículo, te hice menos. Nunca te hice ningún halago, no reconocí ningún mérito, ninguna meta cumplida.
Por supuesto, te hartaste del trato que siempre te di, de sentir que no me complacías y me dejaste, yo te alejé… Pero ahora que lo pienso, todo tenía un motivo, aún recuerdo que encontré mensajes no sólo con una mujer con la cual coqueteabas, sino que te quedabas de ver con ella y no te detenías a pensar que tenías una relación conmigo.
Es más, el primero en burlarse de mí fuiste tú, en los mensajes ella decía que pobre de mí si llegara a enterarme… Se rieron, se burlaron, no se detuvieron a mandarse fotos, y quién sabe cuanta cosa más que no pude ver.
Pensándolo mejor, no tengo nada de qué pedir perdón, al contrario… todas y cada una de mis actitudes tenían un por qué, y es bueno ya no tenerte cerca.
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